La “Inteligencia Emocional” en los niños ha sido un objetivo en la crianza que ha tomado un auge importante en los últimos años. Pero en realidad muchas veces no tenemos una idea clara de lo que esto significa. En teoría, la mayor parte de los padres dicen que quieren criar hijos, que sean empáticos, amables, que se preocupen por lo demás y que tengan una buena relación con su comunidad. Si consideramos que la Inteligencia Emocional es la capacidad de controlar y expresar las emociones y sentimientos propios, detectando al mismo tiempo los de los demás, distinguiendo unos de otros para ayudarnos a guiar nuestra conducta, cuando hacemos un recuento de nuestro día a día, no siempre podemos reconocer esto, ni dentro de la familia, ni con la comunidad en la que vivimos. Aunque la pandemia nos ha ayudado a desacelerar el ritmo, no parece haber sido lo suficiente. Nos resistimos a ser más pacientes, a dejar que la naturaleza tome su rumbo, a darles tiempo y espacio a nuestros hijos para que puedan crecer y madurar a su propio ritmo, a darles la bienvenida exactamente como son, a descansar, a jugar, a llorar, a reír, a frustrarse y a ser verdaderamente resilientes. Y es que para que nuestros hijos puedan desarrollar esa “Inteligencia Emocional”, nosotros también debemos darnos el tiempo y el espacio para desarrollar la nuestra. Nuestros hijos no pueden lograrlo solos, nos necesitan para ayudarlos.
En infinidad de ocasiones les decimos gritándoles: ”no me grites” ; les arrebatamos algo y les decimos “las cosas se piden por favor”; los obligamos a hacer algo que no quieren con la consigna: “porque así lo digo yo”; les decimos que tienen nos tienen que respetar mientras nosotros atropellamos sus derechos; los regañamos porque se nos hace tarde cuando nosotros no calculamos bien el tiempo; les preguntamos su opinión y no la honramos; explotamos porque no recogieron los juguetes en el preciso instante en que desde la cocina les gritamos que lo hicieran, en fin, hay infinidad de situaciones en las que nuestra “Inteligencia Emocional” se va de vacaciones. Entonces decimos que nos interesa la inteligencia emocional, pero no hacemos nada para cultivarla en nuestras familias y comunidades. Y aunque no hay una receta mágica, podemos tomar en cuenta ciertos principios que nos ayuden a ser más conscientes sobre la amabilidad y los buenos tratos. Estos son algunos de ellos:
- Nuestros hijos son seres humanos completos, aunque sean inmaduros. Respetar y honrar su individualidad, sus gustos, sus características, sus deseos, sus sueños, sus emociones es una de las tareas más importantes y al mismo tiempo más complejas que tenemos como padres. Se trata de darles las condiciones necesarias para qué logran crecer y madurar en la mejor versión de ellos mismos, no del “hijo ideal” que soñamos.
- El fondo es más importante que la forma. Queremos que nuestros hijos sientan arrepentimiento sincero y tristeza cuando le pegan a su hermano porque les quitó su juguete, no queremos que le digan “lo siento” sin sentirlo. También queremos que sientan agradecimiento real cuando la abuela les lleva las galletas que más les gustan, no que como robots le digan “gracias” y ni siquiera la voltea a ver. Y queremos que sean sinceramente amables cuando pidan un dulce en la tiendita, sin que tengan que decir “por favor” con los ojos en blanco y haciendo malas caras.
- Nos guste o no, somos sus modelos. Los niños copian lo que decimos y hacemos, cómo y cuándo lo hacemos. Por eso debemos ser conscientes de nuestras propias emociones y sentimientos y si nos damos cuenta de que estamos a punto de explotar, tomarnos un tiempo fuera. Entre más repeticiones hagamos de nuestras respuestas amables, empáticas y cariñosas, menos tendremos que estar tratando de enseñarles a hacerlo.
- Reconocer siempre sus actos de amabilidad y empatía. Cuando logran pedirle amablemente a su hermano que les regrese su juguete en lugar de pegarle, o cuando a pesar de que le jalaron el pelo al compañero, sinceramente se arrepintieron y le pidieron perdón. También reconocer estos actos en otras personas a su alrededor les sirve de modelo. O cuando ven una película o leen algún cuento, encontrar estas características dentro de las historias es una manera de detonar la reflexión.
- Recordar siempre que nuestros hijos nos necesitan para ayudar con su regulación emocional. No lo pueden hacer solos y nos necesitan cerca, física, pero sobre todo emocionalmente. De nada sirve abrazar a un niño porque está llorando cuando algo no salió como él quería, cuando nuestra mirada les dice que ya estamos cansados de oírlo llorar y que no lo soportamos más.
Los buenos tratos, la mirada cariñosa, la invitación a sentir todas sus emociones, la contención amorosa van de la mano con nuestra responsabilidad de ayudarlos a crecer y madurar para que puedan integrarse a su comunidad. Es la disyuntiva constante entre el espacio y los límites, entre las reglas y las excepciones, entre lo permitido y lo prohibido. Y para eso es que necesitamos nuestra propia Inteligencia Emocional. Lograr que nuestros hijos sean seres humanos, amables, cariñosos, preocupados por los otros y por ellos mismos, apasionados, valientes, justos, sensibles es una tarea que toma muchos años, con topes y baches, pero que dadas las condiciones del mundo en el que hoy vivimos y en el que ellos vivirán, no podemos seguir dejando de lado. Decir de dientes para afuera que nos interesa la “Inteligencia Emocional” de nuestros hijos ya no es suficiente. Si nosotros no fuimos criados así, es tiempo de tomar las riendas y cambiar. Si somos afortunados de venir de una familia en dónde las emociones eran importantes, entonces aprovechemos esa ventaja.
Todos los días podemos ser más amables y más empáticos. Es cuestión de asumir nuestra responsabilidad y caminar hacia la sociedad que soñamos para nuestros hijos.
Lic. Ma Esther Cortés
Asesoría en Educación y Crianza /Facilitador Autorizado Instituto Neufeld
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